viernes, abril 26, 2024
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Mucho se preguntan en Cuba cuándo termina la dictadura

LA HABANA.- Cuando comenzó a llover, pasada las 8 de la noche, Remigio, 73 años, maestro de primaria jubilado en Cuba, junto a una decena de personas que hacían cola para comprar aceite vegetal, corrió a guarecerse del aguacero en el portal de un agromercado estatal. Al poco rato llegó el apagón.

Auxiliada por la linterna de su celular, Lidia, 66 años, ama de casa, apunta los nombres y apellidos de los que están en la cola en una libreta escolar. Cada vez que cae una descarga eléctrica se persigna. Remigio, quien la ayuda a organizar la cola, a cada persona le entrega un trozo de cartón con un número pintado con un creyón rojo.

“Eso sirve de poco. A la hora de los mameyes, cuando comienzan a vender el aceite, hay una pila de colados, gente que cuadra con la policía o los empleados del mercado”, dice Lidia. Y Remigio aclara que le toca hacer guardia toda la noche en la cola, a pesar de que no se ha podido confirmar si en los próximos días entrará el aceite.

Con su pensión de 3.000 pesos, 21 dólares al cambio en el mercado informal, la magra canasta que otorgan por la libreta de racionamiento es el principal sostén alimenticio de la familia de Remigio. “Somos siete personas, mi esposa, dos hijos, tres nietos y yo. Mis dos hijos trabajan y no nos alcanza el dinero. No podemos comprar carne de puerco y mucho menos pescado o carne de res. Tenemos que estar todo el tiempo haciendo colas para poder comprar pollo, aceite o perritos cuando surten en las tiendas de moneda nacional. El dinero que entra en la casa se gasta en comer lo que aparezca y que no sea caro”, explica.

Hasta los 10 años, Remigio comió bien y variado, para el estándar de vida cubano, como casi todos los cubanos. En los hogares podía faltar el dinero, pero en las bodegas, carnicerías y puestos de chinos jamás escaseaban los alimentos, a precios módicos. Con la llegada de los barbudos en enero de 1959, la comida empezó a desaparecer y Remigio ya no podía desayunar, almorzar y cenar con la misma cantidad y variedad de su infancia. Pero nada comparable con ‘la situación coyuntural’ de Díaz-Canel, una versión del primitivo Período Especial que sacudió a la Isla en la década de 1990. Entonces, cualquiera podía comer pan con aceite y tomar agua con azúcar prieta, ahora un lujo.

“Estuve engañado demasiado tiempo. Apoyé al Fidel y me creí el cuento de que los cubanos nos sacrificábamos para que nuestros hijos y nietos vivieran mejor. Se burlaron de nosotros. Todo fue mentira. A veces estuvimos menos mal o regular, pero nunca salimos del hueco. Vivir con decencia es algo que no conocemos la mayoría de los cubanos. Y los que peor están fuimos aquellos que apoyamos el proceso y no tenemos familiares afuera. Pero ya se me cayó la venda. Este gobierno es lo peor que ha tenido el país, con dirigentes que intentan engañarte a base de consignas y promesas. Díaz-Canel es un cáncer. Todos los disparates y deficiencias las justifica con el bloqueo yanqui. Hace unos días dijo que quienes protestaban por los extensos apagones eran indecentes. Es el colmo del descaro y la desfachatez. No quieren reconocer que el 90 por ciento del pueblo, sobre todo los más pobres, no apoyan a Díaz-Canel ni a los ministros, tampoco sus reformas, que no benefician a los trabajadores ni a los jubilados”, confiesa.

Mientras Remigio hablaba, Lidia asentía con la cabeza y cuenta: “Yo fui enfermera cuando en los hospitales a los pacientes les daban café con leche y pan con mantequilla en el desayuno y jugo de naranja por las noches. No faltaban medicinas ni materiales quirúrgicos. Ahora la salud pública es un desastre. Los hospitales sucios y sin medicamentos. Es mejor curarse en la casa que ingresar en un hospital. A pesar de haber estado en dos misiones médicas, en Venezuela y Haití, la pensión que recibo es de 3,400 pesos. Una miseria. El dinero que el Estado recibe por la exportación de servicios sanitarios prefieren invertirlo en construir hoteles para turistas extranjeros que en remozar hospitales y policlínicos, hacer termoeléctricas o comprar guaguas para el transporte público”.

Yobal, empleado bancario, afirma que “los cubanos estamos viviendo un infierno. Tenemos un gobierno que no hace nada por mejorar nuestras vidas. Son unos oportunistas. En Cuba hay dos caminos: o nos tiramos a la calle para tumbar a esta gente o nos vamos del país. Como muchos otros, he decidido marcharme”.

Circulan en las redes sociales videos de un policía abofeteando a un joven con discapacidad mental en una zona rural, a pesar de que él no ofrece resistencia. O hace unos días, cuando golpearon a dos niñas, como sucedió durante las protestas en el barrio Pastelillo, Nuevitas, municipio de la provincia Camagüey.

Ana, trabajadora social, ve con preocupación la actual espiral de violencia física y verbal de las autoridades. “A Díaz-Canel y sus mandamases les gusta alardear de ser pacíficos y amar al prójimo. Pero a los que piensan diferente los insultan, le arman actos de repudio, los golpean y encarcelan”.

José Mario, estudiante universitario, ya lo tiene decidido. “Por salud mental, la mejor opción es emigrar y largarse de esta locura. La situación en el mundo está muy compleja. Pero en Cuba comer dos veces al día, vestirse o aliviarte un dolor de muela es sumamente difícil, por no decir imposible. Los gobernantes son unos improvisados y unos mediocres que lucran con las riquezas del pueblo. Son un insulto al sentido común. Con esos personajes, no hace falta la CIA ni el llamado bloqueo comercial de Estados Unidos.

Muchas personas en Cuba se preguntan cuál es la fecha de caducidad del régimen. “¿Qué tiempo le puede quedar a un gobierno que es incapaz de producir alimentos y generar prosperidad? Espero que les queda poco. La gente no los quiere. Lo único que le pido al Señor es tener salud para ver el final de este drama”, dice Remigio en la cola para comprar aceite vegetal. Y si algo sabemos los cubanos es esperar.

Fuente: Diario Las Américas

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