viernes, abril 26, 2024
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Demasiado escepticismo

España lo ha tenido todo, lo ha hecho todo, lo ha protagonizado todo pero, sin embargo, el pueblo español es casi con absoluta certeza el más escéptico y crítico con su patria de todo el orbe. Otras naciones cultivan profusamente el orgullo de sus gestas y se complacen en divulgarlas, incluso exagerándolas —véanse el Reino Unido, Francia o los EEUU, verbigracia –considerándolas como patrimonio propio intocable e incuestionable. En cambio, nosotros siempre encontramos motivos para decir que nuestro país es un desastre. Si la Leyenda Negra ha conseguido arraigar tanto es merced no tanto al ingenio de quienes la propalan sino de la aquiescencia de nosotros, los españoles. Son muchas las frases que se refieren a este rasgo incomprensible de nuestro carácter nacional. Ya saben que Bismarck decía que España debía ser el país más fuerte del mundo porque, a pesar de que los españoles nos empeñábamos en destruirlo, aguantaba. O aquel viejo dicho que asegura que si escuchamos a alguien hablar pésimamente de España, seguro que es español.

Somos decididamente crédulos en muchas cosas salvo en lo que atañe a nuestra esencia como nación

Baroja decía que todo viene de la crisis del noventa y ocho y la pérdida de nuestras colonias. Pudiera ser, pero opino que esto viene de más lejos. Somos fatalistas casi por religión, de ahí que el español optimista sea un espécimen más raro de encontrar que un tiranosaurio vivito y coleando. Hay escasísimos ejemplares. Quizá crean que exagero, pero tengo comprobado que una de las expresiones que más complace a mis compatriotas es “Ya lo decía yo” cuando una desgracia se abate sobre algo o alguien. Excuso decirles lo que pasa en mi tierra, Cataluña. Aquí el escepticismo forma parte de la masa sanguínea del catalán, como bien decía don Josep Pla. Para los catalanes no hay cosas óptimas, excelentes, magníficas. Aquí si algo nos gusta decimos que, hombre, no está mal. El catalán le tiene horror al superlativo, a la hipérbole, al ditirambo y ha tenido que venir el separatismo para introducir ese falso optimismo entre la gente. Porque, en el fondo, ni los mismos separatistas se han creído nunca que lo suyo acabaría bien. Los “¿Quieres decir?”, “Me parece que no vamos bien” y similares siempre han formado parte de la idiosincrasia catalana tanto en lo público como en lo privado.

A uno le parece bien cultivar un cierto grado de escepticismo, medicina que nos aleja de totalitarismos absorbentes y fatigantes. La distancia crítica siempre es buena y aconsejable en un pueblo tan dado a lo telúrico y místico como es el nuestro y tan poco dado al laboratorio de investigación y a las cosas empíricas de esta vida. Somos decididamente crédulos en muchas cosas salvo en lo que atañe a nuestra esencia como nación.

Deberíamos encontrar como españoles un cierto equilibrio entre escepticismo y credulidad, igual que Teilhard de Chardin lo buscó entre ciencia y religión. ¿Será eso posible? Se me antoja difícil, pero lo que sí sería, indudablemente, es harto aconsejable para España. Y para los españoles, claro.

Fuente: La gaceta de la iberosfera

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