jueves, abril 25, 2024
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OPINIÓN- Frank López: Las elecciones de los EEUU, la actualización de las Big Tech y el eclipse del optimismo de la razón digital

La suspensión de la cuenta de Donald Trump por parte de Twitter, es un hecho aterrador para el mundo libre, porque muestra que si un joven de apenas 41 años, Evan William, con una fortuna de 1.400.millones de dólares, tiene el poder de hacer callar y desaparecer de su red de comunicación al presidente de los EEUU de norteamérica sin que al Estado de derecho ni los defensores de la libertad de expresión se les haya movido un sólo músculo de la cara, entonces podrá desaparecer a  cualquiera de los 319 millones de ciudadanos que usuarios de su red cuando a él le dé su hormonal gana, es decir, que esos 319 millones de ciudadanos que utilizan su red para actuar en el cibespacio están obligados, de ahora en adelante, a pensar como el señor Evan para poder permanecer en su red y disfrutar de las ventajas del espacio virtual. Y peor aún, estos usuarios de la red Twitter no tendrán derecho a opinar ni ningún sistema de justicia que los ampare.
Pero, resulta más aterrador, sin embargo, saber que esta acción del señor Evan no ha sido un hecho aislado sino la continuidad escalofriante de la depravación de la libertad de expresión que hemos  observado en los últimos días en los EEUU por parte de los grandes multimillonarios de las big tech, porque ya otro jovencito de apenas 36, el señor Mark Zuckerberg, con el poder que le da su fortuna de 45.000 millones de dólares y su poca empatía por Trump, también había hecho callar al presidente de los EEUU por considerar que éste “no estaba diciendo la verdad”. Un hecho, en extremo, tan grave como el del joven Evan, ya que el poder de Zuckerberg se colocó por encima de las competencias de las instituciones academias y de justicia norteamericano, toda vez que cuando Zuckerberg decide qué cosa es verdad y que cosa no lo es, está definiendo lo verdadero y juzgando y sentenciando con base a su verdad, con lo cual le está confiscando la función a la academia de certificar la verdad y al sistema de justicia de juzgar conforme a dicha verdad. Es decir, que este otro representante de las big tech le ha confiscado las competencias tanto a la institución académica como a la institución de justicia, sin que ellas, como en el caso de Evan,  tampoco se manifestaran, dejando la sensación de que su independencia, o había sucumbido al poder de las grandes fortunas de las big tech o se había diluido en la diatriba electoral.
Y lo grave de este hecho es que el señor Zuckerberg, al ser el propietario de las empresas de información y comunicación más grande del planeta, se convierte en censor de la opinión de casi la mitad del total de los 7.796.949.710 seres humanos de la tierra, ya que Facebook, por ejemplo, posee, como sabemos, unos 1.650.000.000 de usurarios follower; Whatsapp, 1.200.000.000; Instagram, 1.200.000.000; y sin contra los usuarios de Ocultus VR, FriendFree, LiveRail, Ascenta y  Bloomsbury, que suman otros millones. De modo que, como el caso de Evan, el señor Zuckerberg podrá de ahora en adelante, sin institución académica que cuente decidir lo que la humanidad debe tener por verdad y sin institucionalidad de justicia que cuente, desaparecer a  cualquier de los 3.450.000.000 ciudadano de sus redes, es decir, a cualquiera de la mitad de la humanidad, cuando a él le dé su hormonal gana. De modo que el hecho es aterradoramente simple: la mitad de los ciudadanos del planeta, que utilizan las redes de Mark Zuckerberg, están obligados, de ahora en adelante, a pensar como él para poder permanecer en el ciberespacio a través de las redes de Zuckerberg: incluyendo a todos los miembros de las academias y de los sistemas de justicia que permanecen callados, o bien porque se han subordinado ya al poder de las big tech o simplemente por la banalidad de que no les gusta Trump. Lo mismo que ocurre con los 1.211.000.000 usuarios de Youtube y los 111.000.000 de Google, ambos  bajo el control de Larry Page, otro miembro del clan de las big tech, un joven de 47 años cuya fortuna asciende a los 54,7 miles de millones de dólares Americanos.
De modo que estamos, sin dudas, frente a la emergencia de un nuevo poder, el poder de los jóvenes creadores de las big tech. Un nuevo poder cuya dinámica está reconfigurando las bases institucionales de la democracia liberal moderna más sólida del planeta y que amenaza con extender este impacto al planeta. Una reconfiguración que prefigura un nuevo orden, como lo ha expuesto Henry Kissinger y un gran número de investigadores. Un nuevo orden mundial que, para algunos analistas convencionales, no pasa de ser «teoría conspirativa», pero que, paradójicamente, las mismas big tech, que durante todo el proceso electoral descalificaron a Trump acusándolo de que sus denuncias sobre las big tech eran mentiras sacadas de teorías conspirativa, han terminado confirmando que Donald Trump tenía razón en el sentido que las big tech le imponen su verdad al mundo degradando a la institución académica y a la institución de la justicia, a quienes, en el viejo orden, les correspondía, respectivamente, la tarea de certificar la verdad y juzgar con base en dicha verdad.
Quienes hemos sido optimistas respecto a la esperanza que prometían las smart societies con las ventajas de sus smart cities, estamos retados a hacer una profunda reflexión sobre estos hechos. Porque, si este es el rol que las big tech van a cumplir en lo sucesivo, entonces el panorama que podemos avizorar de las sociedades del futoro se parece más a sociedades totalitarias de control digital sobre la población, como el caso chino, que a smart societies constituidas por smart citizens, cuyo protagonismo afianzaría las libertades cívicas, como lo habíamos aspirado.

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