viernes, marzo 29, 2024
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OPINIÓN- José Domingo Blanco: Sonia Bravo Oliva Araminta La muchacha que se intentó suicidar en el tribunal.

De vivir Andrés Eloy Blanco, Araminta sería su musa …
Araminta González, la químico, la muchacha a quien sus torturadores del Cicpc golpearon y arrancaron el
cabello para que confesara un crimen que jamás había
cometido. A la que encerraron en el Inof hace más de
dos años y que, desde su captura, no ha parado de
sufrir tratos crueles e inhumanos. Araminta, la
muchacha que se ganó una nefasta lotería y se convirtió en el blanco del ensañamiento de un régimen,
que disfruta con morbo la mueca de dolor y terror de
su rostro… un rostro que se apagó por las tristezas y las
injusticias.
¿Recuerdan a Araminta: la joven químico a quienes
unos patriotas cooperantes denunciaron y que, en junio de 2014, fue detenida por una comisión del Cicpc
que allanó su apartamento en Menca de Leoni
buscando explosivos? Es difícil no recordar su caso
porque ella es el testimonio de lo que es capaz este
desgobierno y hasta dónde puede llegar su maldad. Su
nombre salió a relucir de nuevo hace pocos días. Como si se tratase de una limosna, se anunció para ella una
medida cautelar con régimen de presentación por
razones humanitarias. En un primer momento, cuando
lo escuché, sentí alegría. Una alegría que se esfumó
muy pronto. Araminta, desde hace cuatro meses, está
recluida en un hospital psiquiátrico. El régimen la quebró. Sus cancerberas del Inof se ensañaron tanto en
su contra que, no una, sino cuatro veces, Araminta
atentó contra su vida. Su fortaleza y fe se fueron
desvaneciendo con la sevicia, con cada tortura, con
cada golpe –psicológico y físico- que recibió en su
celda. La depresión severa que padece la sacó de la cárcel de
mujeres; pero, la condenó a una vida de miedo y
fantasmas que la mantienen encerrada en la habitación
de un psiquiátrico. Su lucha por la libertad, que
también ha sido la de sus abogados defensores –José
Vicente Haro y Pierina Camposeo- se ha visto empañada por la injusticia de un sistema viciado. Sus
ganas de vivir fueron adelgazándose como su cuerpo,
que ha perdido más de 30 kilos.
Escucho a Haro y Camposeo relatar lo que ha ocurrido
con Araminta en los últimos meses. Los oigo contar
cómo durante su reclusión, fueron anulándola hasta llevarla al borde de la desesperación. Le prohibieron
pintar -su único pasatiempo, el que la mantenía
esperanzada. Le canjearon su biblia –su refugio en
momentos aciagos- por un jabón de baño para que
pudiera asearse. La despertaban en la madrugada,
varias veces, para someterla a vejaciones e inútiles requisas. La castigaron todas las veces en las que,
envalentonada, quiso oponerse a los adoctrinamientos
o a los malos tratos. Le difirieron la audiencia de
presentación preliminar docenas de veces, para dejarla
allí: en un limbo jurídico e inhumano desesperante,
supeditado al capricho del juez asignado a su caso. Lograron hacerla sentir que sólo la muerte la liberaría
de tanto sufrimiento. Quizá la soledad de su orfandad
la hizo pensar que el suicidio era la salida. Porque
recuerden que Araminta es huérfana: durante estos dos
años y medio que lleva viviendo estos horrores, ha
dependido de la solidaridad de sus abogados, de algunas almas caritativas y de su hermana, la que vive
en España.
A Araminta, el régimen la estranguló hasta volverla una
piltrafa. Le destrozó lo que pudo haber sido una vida
próspera y sin tropiezos. Le arrebató el amor por su
profesión y le transformó su carrera en el arma que la condena. El régimen hizo con ella lo que ha hecho con
Venezuela: llenarnos de miedo e intentar quebrarnos
las rodillas. Porque Araminta es lo que ha sido el país
en las manos de quienes nos mal gobiernan.
Me duele tanto Araminta. Me entristece saberla perdida
en su miedo y anclada en el terror de sus dos últimos años. Desconectada de la realidad y de las posibilidades
de una vida mejor. Alejada de un futuro donde sus días
en el Inof, los golpes y los mechones de cabello que le
arrancaron sus torturadores, lleguen a ser tan solo un
mal recuerdo. Duele escuchar a sus abogados decir que
Araminta no quiere vivir. Que no recuerda lo que es ser una persona. Qué olvidó que tiene derechos; porque, a
pesar del régimen, debería seguir luchando por ellos.
Su caso me reconfirma que la maldad existe. Y que la
gente cuando está en el poder -y no quiere soltarlo-
puede llegar a ser muy cruel y sanguinaria. Pensemos
sólo por un instante en esta reflexión final: Araminta pudo ser cualquiera de nosotros. Su “suerte” – su muy
“mala suerte”– pudo ser la de cualquiera de nosotros,
la de cualquiera de ustedes que en este momento lee
estas líneas. Porque, ser el blanco de la ira del régimen
no es difícil. ¿Cuántas Aramintas más conoceremos?
¿Cuántos presos políticos han atravesado su mismo calvario? ¿Cuántos están aún tras las rejas esperando,
como ella, que se demuestre su inocencia? Araminta es
la Venezuela de hoy. Y, si Andrés Eloy Blanco viviera, ya
le habría escrito un conmovedor poema.

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